CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR Arturo BIBLIOTECA
J.
MEXIQ,2.ENSE
Flores DEL BICENTENARIO
" _
.1.,
•• .
,
GOBIERNO DEL ESTADO DE MÉXICO
ENRIQUE PEÑA NIETO
Gobernador Constitucional
MARÍA GUADAIUPE MONTER FLORES
Secretaria de Educación
A Maya y Carmen
AGUSTíN GASCA PLIEGO
Director General del Instituto Mexiquense de Cultura Son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio. GRACIELA GPE. SOTELO CRUZ
Responsable
CHARLES BAUDELAIRE,
"LA
Voz"
de la publicación
J. FLORES / Cuentos de hadas para no donnir (Convocatoria 2009) Colección Piedra de Fundación
lO ARTuRO
But I feet I'm growing older Primera
edición:
DR e Instituto
2009
Mexiquense
and the songs that I have sung
de Cultura
echo in the distance.
Bulevar Jesús Reyes Heroles 302, delegación
San Buenaventura,
DEEP PURPLE,
Toluca, Estado de México, c.P. SOliO
[email protected] _ •..I'IA ED/ 0""
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y, "o~ ~
Compromis;; ISBN 968-484-294-5
(colección)
ISBN 978-607-490-003-3 Autorización
del Consejo Editorial
de la istración
Pública Estatal No. CEo 205/1/17/09
Impreso en México
Printcd in Mextco Queda prohibida
La reproducción
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informático
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y la grabación,
de esta obra -incluyendo
medio
sin la previa
o procedimiento, autorización
las características
comprendidos
del Instituto
técnicas,
la reprograJia,
Me.riquense
el
de Cultura.
"SOLDIER
OF
FORTUNE"
ANDY WARHOL PLATICA CON UNA SERPIENTE GRIS
¿Y si los cuentos de hadas tomaran un rumbo distinto al de los
finales
felices?
¿Y si se desviaran
correcto, tal y como originalmente
del camino entendido se gestaron
como
en la pluma de
sus creadores? ¿Y si actuaran más como la vida misma, a quien pocas veces le interesa que nuestras vivencias concluyan con un "y vivieron felices por siempre"? ¿Y se llamaran cuentos de brujas en vez de hadas? Muchos de estos textos fueron trabajados durante innumerables sesiones del "Taller de Literatura Fantástica del Proyecto Cultural
Goliardos".
Unos nacieron, otros se transformaron y los menos, murieron. A ellos, los Goliardos de todas las generaciones y, principalmente, a H. Pascal dedico este libro.
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MAMÁ:
CUÉNTAME UN CUENTO.
Cuatro palabritas bastan para sumergimos en océanos mágicos, a veces hermosos y otras, terroríficos. A los niños les gusta escuchar sobre príncipes que pelean contra dragones alados; las niñas son doncellas que esperan un beso para romper el hechizo. Los protagonistas de estas historias recorrerán desiertos y mares, y pelearán a capa y espada hasta vencer a cualquier villano. El objetivo principal es entretener al público y, nomás como que de pasada, dejar muy claro que el bien siempre vencerá al mal. Así de simple es la vida cuando somos pequeños. Nadie se cuestiona sobre la felicidad, nadie lucha a muerte por encontrarla: cada día ya está sobre nuestro plato, le echamos miel de maple y mantequilla para devorarla; cada noche, una taza de chocolate batido desborda espuma para recordamos que alguien nos ama y nos cuida y nos defenderá de todo. y después de cenar, a lavarse la boca y a limpiarse con hilo los dientes. Las sábanas de animalitos eran destendidas, el osito de peluche dormía abrazado; un angelito de la guarda nos vigilaba ... Pero es inevitable crecer. Yel insomnio es el primer síntoma de lajungiana "neurosis creativa". ¡Santa Claus no llegará si no te duermesl, grita una voz adulta desde la otra habitación. ¡Si yo no quiero permane-
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cer despierto!, contesta mientras las sombras de la pared se vuelven inquietantes. Tapamos nuestras cabezas para protegemos del monólogo interno: ¿Y si un monstruo
viniera a comerme?, ¿y si duermo y
jamás me despierto? El duende de arena ha sido secuestrado por un alien inexistente. Nadie vendrá ya a hipnotizamos, poco importa cuánto esperemos; es cuando abrimos mil frascos sedantes para buscar al ratón de los dientes y más monedas que no se desvanezcan, pero no: Garfield ha envuelto nuestras esperanzas en pasta de lasaña y queso mozzarella. El malvado Quino traza imágenes apocalípticas en una mente infantil; guerras nucleares y bombas santas escapan del noticiario vespertino para instalarse en la cabecita de Mafalda ...
tívago le obliga a escribir atrocidades
que impedirán
que
otros duerman. Por eso les digo a los niños que están por dar vuelta a esta hoja: Arthur les arrancará todo el sueño, y también gran parte de su actual inocencia ...
JÉSSICA DE LA PORTILLA MONTAÑa ABRIL
2009
¿Dónde está aquel "ángel de la guarda", ahora? No queda más que espantar fantasmas hojeando libros con ilustraciones: Blancanieves es mordida por una manzana que tiene forma de logotipo de Disney; a un lado, Tim Burton y Eva se besuquean mientras Andy Warhol platica con una serpiente gris. ¿Qué no querías conocer a Lilith, escuincla? En el diario de lajoven Alicia no hay más que un puñado de letras narcóticas. El Gato de Cheshire se derrite junto a la pluma poeniana que escupe: Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. ¿En serio? ¿Cómo saber si seguimos en el mundo onírico? El Experimento ganzfeld demostró que el cerebro alucina a falta de estímulos. Y, luego de algunos siglos de insomnio, el lector se ha tragado a cuanto personaje mágico ha podido, el angelito que lo cuidaba ahora es un murciélago, y un súcubo noc-
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EL ASESINO DE SANTA CLAUS
EL PEQUEÑO ISMAELestaba seguro que Santa Claus existía, porque él mismo lo había degollado la noche anterior. Al acercarse la hora del recreo, el niño se inquietó, pues su mochila apestaba. Entre los olores de tortas, quesadillas y fruta picada que el resto de los alumnos guardaba en sus loncheras bajo los pupitres, se fue colando el tufo a muerto de la mochila de Ismael que ahora inundaba el salón entero. El muchacho apretó el bulto entre las piernas. Faltaban cinco minutos para que sonara el timbre que anunciaba el recreo. Sería el último día en que Vanesa se burlara de él porque a sus once años, Ismael seguía creyendo en la existencia de Santa Claus. En medio del recreo, la llamaría para que se metieran juntos al laboratorio de química y le pediría que cerrara los ojos ... pondría la cabeza cercenada en las manos de la estúpida niña. Entonces sonó la campana. La estampida conocía de sobra el camino hacía el patio, en donde la tienda cooperativa podría surtir de golosinas a quienes no habían traído comida de su casa y a esas horas sus tripas se deshacían en gruñidos. Ismael fue el único que se levantó despacio, ceremoniosamente. Vanesa pasó caminando junto a su pupitre con un contoneo que pretendía ser sensual, pero a sus diez años lucía francamente ridículo, más con las calcetas subidas para cubrir los raspones de sus rodillas. 12
Llevaba un frutsi de uva abierto por la base con los dientes y lo succionada con delicadeza. Ismael se le quedó mirando, mientras se echaba la mochila al hombro. Vanesa se retiró el envase de los labios y le mostró una sonrisa amplia, en donde destellaban sus frenos como hojas de acero. Después le mostró la lengua: estaba morada. -Faltan dos días para que salgamos de vacaciones ... eso significa, dos semanas para Nochebuena y... hum ¿Qué le vas a pedir a Santa, pequeñuelo? -le dijo la niña con toda su mala leche. Ismael se rió para dentro. -Nada en especial, oye, ¿por qué no nos vemos en el laboratorio de química en dos minutos? Vanesa sorbió prolongadamente del bote de frutsi. -Vaya, con que quieres estar solito conmigo ... ¿y no te da pena que vayan a decir que somos novios, tontín? -mientras hablaba, enredaba sus dedos en una de sus amarillas trenzas. Ismael pasó enfrente de ella, con la mochila al hombro: -Te tengo una sorpresa, pero antes quiero pasar al baño. Después salió del salón. Caminó al baño, con la cabeza de Sa nta Claus en medio del cuaderno de matemáticas y el de civismo, Ismael pensó en lo mucho que le dolían los dedos. Incluso le habían salido llagas. Todo por querer desprender, él solo, la cabeza del cuerpo de Santa Claus. Obviamente no lo consiguió. El duende tuvo que echarle una mano. Mientras Ismael había propinado cuchilladas inútiles en el cuello de Santa, al duende le bastó con tres buenos golpes con el hacha que traía en la cintura para que la cabeza se desprendiera. Afortunadamente ya no sangraba, así que Ismael no ensució el camino del aula hasta el baño.
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Cerró la puerta, se bajó el cierre y comenzó a orinar. -¿Quíhubole, pinche Isma ... ya le dejaste tus dientes al ratón? -Ie dijo mientras le propinaba un manotazo en la nuca antes de salir corriendo del baño. Ismael sintió que la rabia lo invadía nuevamente. -Es el último día que se burlan -se dijo mientras imaginaba a Vanesa, huyendo del laboratorio después de haber tocado la cabeza sin vida de Santa Claus. Ismael no le echó agua al mingitorio ni se lavó las manos. Esperó en vano a que el duende acudiera a su cita y como no lo hizo, salió antes de que el recreo concluyera. -Ya vendrá después -dijo él al salir del baño. Cuando ya no había nadie, una cabecita verde se salió de uno de los retretes y gritó desesperado, escupiendo un poco de agua: -¡Niño ... pronto ... ven aquí! [Nos descubrieron! Antes de que otro niño penetrara en el baño algo jaló al duende de los pies y lo volvió a zambullir en el agua. Ismael encontró a Vanesa irando los instrumentos de laboratorio. Cuando entró, la niña se sobresaltó. -Ah, pensé que me ibas a dejar plantada. Ismael se acercó, mientras corría el cierre de su mochila. -Cierra los ojos, Vane ... te traje un regalito. La niña obedeció. Detrás de los gruesos lentes de fondo de botella, a sus ojos verdes los cubrieron los párpados como si fueran dos telones de teatro. Paró los labios en espera de un beso. Ismael tomó la cabeza por el gorro rojo y el cascabel que había en su punta sonó. Ya disfrutaba anticipadamente el grito que pegaría la niña. En ese momento, la profesora Ángela entró en el laboratorio: -¡Ismael, qué bueno que estás aquí! [Llevo un buen rato buscándote!
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Vanesa dio un brinco hacia atrás: -¡Yo no hice nada! ¡Él me obligó a venir al laboratorio! La maestra asió al chico del brazo y se lo llevó a jalones. Él trataba de cerrar la mochila para que la profesora no alcanzara a ver su contenido. Mientras esp~raba a solas en la dirección, Ismael recordó el día en que el duende se le apareció. Fue poco después de jalar la cadena del retrete en el baño de la escuela. Le dijo que sólo así podía salir a este mundo. -Lo vamos a matar, tenemos un plan -le confió la criatura. -¿Y por qué yo, por qué he de ayudarte? -inquirió Ismael. -Porque eres el número uno en la lista negra. Entonces la lista negra existía. Por eso Santa CIaus nunca le traía nada. Pero Ismael sabía que el viejo dejaba juguetes en las casas de los niños, los que se portaban bien y no creían en su existencia. Como Vanesa, quien lo delató por toda la escuela como un "niño ingenuo" después que él se negó a darle un beso. Pero ella siempre estrenaba muñecas en 25 de diciembre. A Ismael nadie lo mandaba a dormir en Nochebuena. Papá siempre estaba de viaje y mamá, encerrada en su cuarto con dolor de cabeza. El duende le había explicado todo. -Él no es ningún viejo regordete y bonachón. Es un oso dictador y gruñón que duerme todo el año, mientras nos obliga a fabricar los juguetes. En la Nochebuena se levanta, reparte los obsequios y se para el cuello con la gloria que debe corresponder a los duendes. Ahora, hemos decidido asesinarlo. Pero debe ser d~ste lado del mundo, porque del otro lado él es intocable. El duende había dicho que junto con un grupo de ins rrectos se había puesto de acuerdo para adelantar un par de s -
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manas el reloj que despertaba a Santa Claus antes de Navidad. Los duendes insurrectos borrarían el nombre de Ismael de la lista negra y lo pondrían en la de los niños buenos. Así, sería el primer niño al que Santa visitaría para dejarle sus regalos, pero dos semanas antes de la auténtica Nochebuena. Ismaello esperó en su casa, escondido como le aconsejó el duende. Y cuando Santa Claus entró a su casa el niño se le fue encima con el bastón con que su padre aseguraba el coche. Los duendes insurrectos, que se habían ocultado después de salir por el retrete de la casa de Ismael, se llevaron el cuerpo de Santa Claus inconsciente. Después, en el garage, lo degollaron con un hacha, como Ismaello había solicitado, teniendo cuidado de no manchar nada con sangre. Los duendes le entregaron la cabeza de Santa Claus y se retiraron, llevándose el cuerpo. Ismael les dijo que les entregaría la cabeza al día siguiente, en el baño de la escuela, después de asustar a Vanesa. Los duendes se encargarían de desaparecerla. Ellos le aseguraron que, de ahora en adelante, llevarían obsequios a los niños malos en Navidad, mientras que los buenos se quedarían con las manos vacías. La idea emocionaba mucho al niño.
En ese momento, papá entró en la oficina, hecho un energúmeno. - ¡Clara, no te le acerques a mi hijo! -Por favor, Enrique, aquí no ... -suplícó la madre. El padre, fuera de sí, jaloneó a su mujer por los hombros: -¡Dile! [Dile, al fin que ya está grande! ¡Dile que aprovechabas mis viajes para acostarte con tu amante! [Dile que eres una cerda pervertida que le pidió que se disfrazara de Santa Claus para hacer el amor con él! -¿Qué? -preguntó confundido Ismael. El padre volteó a mirarlo, con los ojos inyectados. -Hoy por la mañana encontraron el cuerpo del muy cabrón, sin cabeza, enterrado en el jardín de la casa. Parece que alguien se me adelantó para hacer justicia -resaltó las últimas palabras para herir a su esposa- la policía encontró una foto de tu mamá y una carta de amor entre las ropas del muerto. Llamaron a la casa y tu madre tuvo que ir a declarar que, efectivamente, lo estaba esperando la noche anterior. Yo llegué a casa poco después y fue ella quien me lo ha contado todo. En algún sitio del otro mundo, un grupo de duendes insurrecto s era sometido a las más crueles torturas.
Mamá entró en la oficina del director. Tenía la cara hinchada de tanto llorar. Se sentó junto a Ismaelle explicó que algo horrible había sucedido y que papá no regresaría a la casa con ellos nunca más. -Tu padre adelantó su viaje, hijo, para darte una sorpresa de Navidad ... quería estar aquí 15 días antes y disfrazarse de Santa Claus. Ismael apretó su mochila contra el pecho. Creyó comprenderlo todo de golpe ... -Mamá ... yo -dijo con un nudo en la garganta.
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MUNDO RARO
NUNCA TOMABA más de tres copas porque se mareaba. Aquella tarde se bebió cinco durante una hora y la primera casi de un trago. Sintió que el licor pasaba por su garganta igual que si hubiera bebido fuego. Como comerse la lumbre a puños, decía su abuela. A la tercera ya se sentía un poco mejor. Ni dolida ni traicionada. De hecho, otra vez era capaz de sonreír. Al fin había sido ella quien tuvo la idea y quien había convencido a Ignacio de que lo hicieran. Miró su reloj. Eran las cuatro. Es posible que su marido hubiera terminado ya y hasta durmiera plácidamente. Pero Patricia se lo tomó con calma. Aquella sensación de incomodidad y el alcohol tenían cierto encanto. La relación con su marido hace mucho que se había enfriado y aquellos celos parecían devolverle un poco de vida. Se puso de pie y caminó hasta la rocola, Efectivamente, Patricia estaba mareada y no le importó. Incluso lo disfrutaba. Eligió una canción de José Alfredo Jiménez, una bastante vieja.iy regresó a su silla. Le hubiera gustado cantarla a grito pelado, pero no se atrevía. Ya bastante significaba entrar sola a una cantina. Di que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar. Raro, raro era que Patricia hubiera pasado temprano a recoger a ... ¿cómo se llamaba? Orquídea. Vaya nombrecito. Ni siquiera sabía que esas tuvieran! nombre. Ella pensaba que las fabricaban en serie y que e)n todas iguales.
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Pero no era así. Orquídea olía diferente. A juventud. Parecía de 19, a lo mucho de 20 años. No tenía arrugas ni celulitis. Vestía una minifalda y un suéter entallado. Nunca dejó de sonreír. ¿Tendría ombligo? Seguro y era hermoso. Un orificio diminuto en que los hombres meterían la lengua. Quizá en este momento la de su marido estuviera ahí. Orquídea la saludó de beso cuando subió al coche. El tacto de la mejilla de la muchacha era tan tibio que incluso ella hubiera querido pasarle los labios. -Hola -le dijo y se quedó mirando hacia enfrente, con la vista perdida. Patricia encendió el motor y se puso en marcha. No quiso que su marido la acompañara a recogerla, porque en el último momento alguno de los dos podría arrepentirse. Luego de tres décadas casados se les habían acabado las ganas de arriesgarse. -¿Pero estás segura, Pati? ¿Crees que sea una buena idea? ¿No te haría daño? -Ie preguntó Ignacio cuando ella le mostró el anuncio en aquella revista. -Vamos, hay que hacerla antes de que estemos más viejos. Nunca te he dado un auténtico regalo de cumpleaños. Una cosa que realmente disfrutes. Nada de sentimientos, sólo el placer de estar con alguien más, unas horas. Ella casi había llegado a los 60 y ya no pensaba en el sexo. Además, ¿qué? No iba a perder a su marido. Simplemente le permitiría probar un pastel muy sabroso. Un rato. A solas. Después, comería sopa de pollo junto a ella como desde hace tantos años. La muchacha era una cosa e Ignacio la iba a usar,' eso era todo. Le tocó un semáforo en rojo. Entonces Patricia bajó la mirada y recorrió a Orquídea desde los tacones hasta la coleta en que estaba anudado su cabello castaño. Era
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perfecta. Patricia pensó en ella misma cuando entró a la universidad. Era muy bella y bastante popular entre los muchachos, aunque no se había entregado más que a tres en toda su vida. Y con el último se casó. La mayoría de sus amigas eran mucho más liberales respecto al sexo. Varias habían participado en tríos. Una vez, Julieta l~ propuso que los acompañara a ella y su novio, un europeo bastante atractivo, a pasar un fin de semana en la playa. Patricia se sonrojó y aunque se moría de ganas, dijo que no. Sabía que de proponérselo, podía llevar a uno, dos o tres hombres a su cama al mismo tiempo, así de bonita era, y sólo con estar segura de ello le bastaba. Miró otra vez a Orquídea. ¿Con cuántos habría estado ella? Quizá la hubieran utilizado no sólo en tríos, sino en orgías. Hombre mayores, muchachos, incluso otras mujeres. Para eso existía: para coger. Al llegar a su casa, Patricia tocó a la puerta y le pidió a la joven que esperara ahí. Se montó lo más rápido que pudo en su carro y escapó. Ni siquiera esperó a ver si Ignacio abría la puerta. Estaba segura que lo haría y ella no quería arruinarle el momento. Prefería que cuando viera a Orquídea ahí parada se concentrara sólo en su belleza. Era su regalo de cumpleaños. Porque yo, adonde voy hablaré de tu amor como un sueño dorado. Se bebió el quinto tequila y se imaginó a su marido, gordo y ya calvo, montado encima de aquella jovencita. Seguro le chuparía los pezones y le metería un dedo en el ano mientras la penetraba por delante. Igual que le hizo a ella cuando la deseó intensamente. En los tiempos de la universidad. Hubiera metido más hombres en su cama y por lo menos \
dos al mismo tiempo y Patricia se s)tiría
mejor.
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¿Sería ya muy tarde? Pagó la cuenta subió de nuevo al automóvil. Ya había oscurecido. Al llegar a su casa, se preguntó si sería buena idea tocar a la puerta. Para su fortuna no tuvo que tomar la decisión. La puerta estaba emparejada. En la baqueta se había estacionado una camioneta con el mismo lago que la empresa en donde había recogido a Orquídea por la tarde. Patricia se hizo a un lado para que dos empleados salieran de su casa. Iban cargando una caja grande, también con logotipos. Treparon a su vehículo y se fueron. En la sala halló a Ignacio, sentado en un sillón y con la televisión encendida, aunque no estaba mirándola. Tenía una camiseta sin mangas. -Mi amor -le dijo él. Patricia no le respondió. Miraba hacia el frente, pero nada en particular. -¿Hay algo que quieras saber? ¿Te sientes mal? Quizá hubiera sido mejor ... -Vi algo en la alquiladora. Ignacio guardó silencio. -Son tan reales, casi humanos. Ahora también los fabrican para mujeres y pronto será mi cumpleaños.
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MARIANA Y EL DRAGÓN
Tenía la ropa completamente cubierta de sangre. Antes de sentarme en el asfalto, pensé que había desperdiciado media vida amando a Mariana. Sólo entonces pude llorar escandalosamente. La radio aún sonaba, lúgubre, desde los restos de mi coche: Wise men say: only fools rush in ... Elvis verdugo. Me había roto dos costillas al menos, la cabeza me punzaba a causa de la infame cruda y diminutos fragmentos de cristal se habían encajado en mi rostro, provocando un insoportable escozor. Ningún cristal me había hecho más daño que Mariana. Me consoló el hecho de no haber quedado paralítico. Pero repentinamente me contraje sobre mi vientre a causa de una punzada. Vomité algunas flemas sanguinolentas, pero no el recuerdo de Mariana. El volante me había roto las tripas. Mi coche era una mierda motorizada, una orgía de fierros retorcidos que fornicaban groseramente en medio de fugas de aceite, líquido de frenos y anticongelante. Varios cables entonaban una rabiosa melodía compuesta de chispas y corto circuitos. El frente del auto había atrapado medio cuerpo del dragón. Abrazo letal. Imaginé que la bestia rosada estaría muerta después de semejante impacto, al menos yo me había puesto el cinturón de seguridad. Al tiempo que me incorporaba
BAJÉ
DE MI AUTO.
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nuevamente para verificar que algo pudiera salvarse -el seguro no pagaría semejante accidente- me dio igual que el dragón aún respirara. Pero lo hacía. Sus fosas nasales se contraían a un ritmo desigual, llenando con sus vapores el ambiente de un olor fétido y picante. La vida del monstruo palpitaba amenazante, igual que la imagen de Mariana en mi cabeza. Moví dos dedos, cosa que me hizo sentir que el alma se me resquebrajaba, y separé los párpados de un ojo del dragón. La pupila oval, amarilla, se clavó en todas y ninguna parte al mismo tiempo. Gruñó. -¡Ése ... ése fue! -gritó una voz de las muchas que se habían congregado alrededor del sitio donde yo había atropellado al dragón. Me abandoné al dolor. Caí de bruces. Estuve a punto de fracturarme los huesos que aún estaban en una pieza al dar de lleno contra el piso. Un policía se me acercó. Me di la media vuelta para mirarlos. Los vi por encima de mi cabeza, a un costado del sol. -Oiga,joven ¿fue usted quien chocó contra un dragón? -me preguntó. -¿Le pa-re-ce? -respondí lastimosamente. Antes de reírme caí en la disyuntiva de tragarrne o no, de un bocado, el diente flojo que se me acababa de zafar. Suficientes desplante s de Mariana me había tragado ya. El guardián de la ley debió pensar que yo estaba delirando, así que se dio la vuelta, compadecido. Pero sus palabras me tranquilizaron. Se acercó a su patrulla.
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-¡Pronto, parece que el animal no está muerto! ¡Retiren a los curiosos y traigan algo con que controlarlo en caso de que despierte! -gritó el oficial por la radio. Take my hand, take my whale life to... Los testigos intercambiaban una marea de susurros, lo cual me acabó de convencer de una cosa. El dragón no era producto de tav.delirium tremens. Yo no había confundido a un camión materialista o a un punk gigantesco con una bestia mitológica. Sin lugar a dudas, había chocado con un dragón de color rosa en el carril de alta velocidad en el Viaducto Tlalpan. Me divirtió pensar que el alcohol que circulaba en mi sangre podría ser capaz de esterilizar mis heridas internas. Todas, menos la de Mariana. -¡Mami, un dragón! -gritó un niño. Creí escuchar un helicóptero surcar el cielo. -A las tres, ella podrá verme en el noticiero, -murmuré. El dragón agonizante, pareció responder: -Olvídalo, yo seré el famoso, tú no. Tú le vales madre. No sé en cuál de los cientos de idiomas que los dragones dominan me lo dijo, pero yo estaba tan crudo e instalado en el bajón de marihuana, que le entendí a la perfección. Alguien vestido de blanco llegó. Con una lamparita me examinó los ojos, pero sólo una de mis pupilas fue herida por el diminuto, haz de luz. Veía a la mitad. Me di cuenta que había perdido un ojo en el choque. Me in movilizaron para subirme en la ambulancia que había llegado. But I can't help ... Elvis era la única medicina. Fue entonces que los paramédicos retrocedieron, aterrados. Otro dragón, esta vez púrpura como el cielo poseído por
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el ocaso, descendió ágilmente en medio del Viaducto, cuyo tránsito había sido paralizado en ambos sentidos. Tomó al rosado por la cola y se lo echó en la espalda. -Fraktal, qué estupideces andas haciendo. Borracho, además ... debería darte vergüenza. He visto muchos incendios desde el cielo, ¿has estado vomitando, verdad? -Ie reclamó en español al dragón que había atropellado. El otro sólo se quejaba en ningún idioma. -No te preocupes, estarás bien. Seguro no te has roto más de dos costillas. ¿No entiendes que esa no es la forma de olvidarla? IMerlina no te quiere y ya! Ifampoco es para que hagas semejantes desfiguros! -le dijo su compañero a mi dragón, antes de quitarle uno de los fierros de mi auto, que se le había alojado en la pata derecha. El púrpura echó a volar, con el otro a cuestas. Los dos se perdieron en el cielo.
TRIÁNGULO
TENGO DOS AMANTES; una está viva y la otra murió hace tiempo. A la viva la odio, la muerta me detestaba cuando tuvo vida. Amo a la difunta, por sobre todas las cosas, mientras que la viva no concibe la vida sin mí. A la viva he tenido que matarla todas las noches sin excepción para llevármela a la cama e intentar olvidar a la muerta, quien se queda colgada del techo, esperando que le llegue un poco de vida para echar a correr detrás de mí y asesinarme, por infiel.
Me dio risa, pero no pude carcaiearme. Pensé que de golpe, sin querer, me había salvado el pellejo otra vez. Siempre que me emborrachaba y fumaba hierba, sentía incontrolables deseos de iniciar incendios. Esta noche varias quemazones en la ciudad traían mi firma. y ahora, gracias a que atropellé a un dragón ebrio que
había bajado a vomitar a la tierra, cuando yo venía escapando a gran velocidad de la última de mis travesuras (culpa también, del despecho de Mariana), todo el mundo lo responsabilizará a él de mis travesuras. Comenzaron a subirme a la ambulancia. Falling in 10/
Cuando pensé que ya nada podía salir mal, el esté reo se descompuso.
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ANTES DEL MEDIODÍA
-CÓGEME.
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Parecía un anhelo, pero también una orden. Alejo se quedó en el marco de la puerta. Tiró el cigarro y lo aplastó con la bota. Después escupió a un lado. Desde niño detestaba que le dieran órdenes y en consecuencia había pisado varias veces la cárcel. -Cógeme fuerte. Frunció el seña. Ella estaba sobre la cama, boca arriba, y con las piernas estiradas, abiertas en forma de V. En medio de ellas quedaba el Cristo que María había colgado en la pared cuando llegó a casa de Alejo. El hombre se dio la vuelta y caminó hacia la mesa. -Otra vez tú -gruñó. -¿Adónde vas? -replícó ella. El hombre se quitó el sombrero y lo colocó 'en una de las sillas. Después se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano derecha. -Por un trago. ¿Quieres un vaso de Daniels? La mujer bajó las piernas y se enderezó hasta quedar sentada en la orilla de la cama. -No tengo sed, pero sí mucho calor. Se desabrochó dos botones de la blusa, para que él pudiera irar mejor el nacimiento de sus senos. Alejo se tomó el whisky de un trago. -Entonces es hora. Te he evadido cientos de veces, pero algo me dice que hoy no te podré burlar.
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La mujer tenía una boca enorme. Sonrió y dijo: -No, pero antes de que salgas a ver a Melquíades, cógeme. Te va a doler menos. -¿Melquíades? -preguntó él- [mierda! Me ha encontrado muy rápido. ¿Y María? ¿La ha visto? Afuera soplaba el viento y el sol estaba a punto de ocultarse. Era casi el mediodía.
casa. La mujer con la que había estado hace unos minutos le sonreía desde la ventana. Se cruzó de brazos. Todos los que habían caído en sus brazos le habían temido bastante, pero Alejo la vio tantas veces de cerca que casi la consideraba una amiga. Entonces, el tipo que sujetaba a María por la cintura dio la señal. j
-¡Vamos, hombre! ¿O acaso se te han caído los huevos? -gritó Melquiades desde la calle. Alejo tomó su sombrero. -Me llaman. Ahora vengo.
Se escuchó sólo un disparo. La mujer que estaba en el interior de la casa sonrió, complacida. Alejo entró por la puerta. Traía un cigarro, pero esta vez no lo tiró. Sin mediar palabra, empujó a la mujer hasta la cama y la tumbó boca arriba. Le bajó los pantalones y la ropa interior. -Al fin, después de haber estado tan cerca ... de tus ojos azules y tu olor a whisky -decía ella, muy excitada- ¡Cógeme, fuerte! Alejo no dijo nada. Se bajó el cierre y la penetró de un golpe. Afuera, una escopeta humeaba en el piso. Melquíades colocaba la mano sobre el hombro de María, que estaba deshecha en llanto, arrodillada. No tardarían los zopilotes en bajar por el cuerpo de su amante.
La mujer se puso de pie. Caminó con lentitud hasta Alejo y se quedó a unos centímetros de su rostro. El pudo sentir su aliento y irar sus labios pintados. -Te lo quise hacer más fácil, pero está bien. Ve y regresa pronto. Antes de salir de la casa, se aseguró de que la pistola estuviera cargada. La mujer se asomó a la ventana. Ahí estaba Melquíades, con los ojos encendidos de rabia. Uno de sus amigos tenía sujeta a María por la cintura. -¿Creíste que no te iba a encontrar? ¿Qué te podías robar a mi hermanita, Alejo? María se retorcía pero era incapaz de liberarse. Lloraba. -Yo no me la robé, ella vino a mí -respondió Alejo y escupió en el piso. Melquíades se acomodó el sombrero y sacó su escopeta. -¡En guardia, cabrón! Alejo sacó su arma del cinturón y le dio la espalda a Melquíades, que a su vez comenzó a caminar, también de espaldas a su contrincante, hasta que entre ambos hombres hubo una distancia de 15 metros. Alejo volteó hacia su 30
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XINA y LOS CINCO VIENTOS
-TE VOY
un cuento, Xina. ¿Está bien? [Heyl Sé que me estás escuchando, aunque te hagas la muerta. Yo no soy de aquellos Vientos que te pedirán que guardes silencio mientras susurro una historia cerca de tu oído. No me molestaría que me interrumpieras en cualquier momento para hacerme una pregunta. Entiendo que a veces uno tiene dudas. Hasta yo, un Viento, dudo en determinados momentos. ¿Te has preguntado, por ejemplo, qué es lo que hay entre el mundo y tus párpados cuando cierras los ojos? Si un Viento ha estado en el mundo incluso antes de que éste fuera creado y sabe que permanecerá aquí después de que el universo desaparezca, suele hacerse preguntas similares. Xina, ojalá el cielo tuviera ojos para mirarte mientras duermes. Me gustaría más ser una de tus lágrimas que ser Viento, para acariciarte el sendero que separa tus ojos de tus labios. Mi memoria es infalible y puedo recordar cada hecho del pasado como si lo estuviera presenciando en este momento, pero debo confesarte que me falta imaginación. Nunca me vi en la necesidad de utilizarla. Por eso, en lugar de retorcerme sobre mí mismo para buscarle un nombre a la protagonista del cuento, déjame llamarla simplemente así, Xina, como tú. Pues bien, ella se durmió una noche después de aspirar profundamente uno de los cinco Vientos, justo el que iba pasando frente a su ventana cuando la muchacha se asomó para mirar la luna. A CONTAR
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Tú lo sabes bien, los Vientos nunca tocamos a la puerta. El Viento en cuestión no tardó demasiado en envenenarla. Xina no se dio cuenta, porque estaba dormida, pero el Viento se expandió por todos los rincones de su cuerpo: visitó el corazón, el cerebro, los pulmones (por supuesto) y hasta se paseó por los sueños de Xina. Ojalá nunca hubiera tocado sus sueños, porque los llenó de unicornios que pastaban, duendes, hadas y otras variantes de mentiras. Los hizo tan interesantes que Xina simplemente ya no quería despertar. Y aunque se vio en la necesidad de hacerlo, se dedicó a soñar incluso con los ojos abiertos. La muchacha renunció a ver el sol. Para ella, la existencia se convirtió en un desfile perpetuo de estrellas. Mientras tanto, el Viento seguía ganando terreno en el cuerpo de Xina. Un día se atrevió a hablarle y lo hizo con una voz tan dulce que si algún reducto de duda quedaba en ella, esa noche desaparecería. Se dejó hechizar por uno de los cinco Vientos. Como un parásito, se alimentó de la vida de Xina. Ella se iba convirtiendo en una jovencita opaca para el resto del mundo. No le interesaban los números, los sonidos que hacían los golpes en el teclado de la computadora y los disparos ni las conversaciones donde la protagonista fuera la verdad. Una noche, el Viento que vivía en ella invitó a los otros cuatro a que disfrutaran del placer que brindaba poseer el alma de Xina. Entonces la obligó a dormir, para que los otros entraran. La hizo soñar más de la cuenta. Xina, sé que me escuchas y que me crees, aunque te hagas la muerta.
VAMPIROS "">
Los PRIMOS SE REUNIERON en semicírculo. El mayor de ellos se ubicó en el centro, apenas iluminado por la luz de luna que se lograba colar por la única ventana del ático. -Se llaman vampiros. El más pequeño intentó
decir algo, pero se le trabó
la lengua. -¿En serio? -preguntó una de las niñas. El mayor de ellos tomó aire e imprimió a su narración un sentido mucho más dramático. -Dicen que son horribles. Su rostro ha sido quemado por el sol y por eso tienen la piel oscura. Duermen de noche porque al parecer, la luna los destruye. -¿Entonces viven de día? _y duermen durante la noche, ¿qué no me pones atención? -respondió el mayor, que se llamaba Jerónimo. Los primos dejaron escapar una expresión de sorpresa. -Pero eso no es todo. Los vampiros se pueden morir. Selene, que había escuchado el relato con un dejo de incredulidad, tampoco pudo disimular su asombro. Comenzó a morderse las uñas. -Mi mamá dice que los vampiros no existen. Nos estás diciendo mentiras. El mayor se puso de pie y la luna iluminó sus dientes. De los cinco niños reunidos en el lugar, era al que le habían crecido más los colmillos. -Piensa lo que quieras ... yo los he visto. A dos de ellos. -¿Vampiros? -preguntó Israel, el que le seguía en edad. 35
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-Sí, no debía tener más de un año de edad. Alexa, la otra niña, se abrazó a Israel, que era su hermano. -¡Me estás asustando! ¡Vas a ver con mi mamá! Selene recuperó la seguridad y se puso de pie. Ahora se sentía sumamente intrigada. -Cuéntanos,
¿cómo eran esos vampiros?
A Jerónimo le gustaba ser el centro de atención, así que tomó un poco de aire y continuó. -Primero vi uno pequeño. No le había dado tanto el sol, asíque su piel tenía un tono rosado. Era como un gusano y estaba envuelto en una manta, acostado en una cama. Tenía los ojos azules. -¿Y tú qué hacías ahí? Es más ... ¿dónde viste a ese vampiro? -Sí, ¿dónde? -preguntó Alexa, sin soltar el brazo de Israel. Los ojos de Jerónimo brillaron, igual que los de un gato, en medio de aquella penumbra. Se pusieron rojos. -En esta misma casa. El resto de los niños gritó al mismo tiempo. -Shhhh ... ¡Cállense o van a venir a regañamos nuestros papás! Además, no han de tardar en venir a buscamos para que abramos los regalos. Ya casi es medianoche y seguro ya acabaron de cenar. Israel tomó la palabra: -¿Cómo fue? Jerónimo prosiguió: -Me levanté un poco más temprano que de costumbre y el sol aún no se escondía. Mis papás estaban dormidos. Me aburrí de estar acostado y comencé a caminar por la casa. Entonces entré al cuarto de los cachivaches, donde mis papás guardan los juguetes que ya hace mucho no utilizo y ahí estaba el vampiro. Pero no les he contado lo peor. 36
-¿Qué? [Dinos, dinos! -protestó Israel. -Después de mirarlo de lejos durante unos minutos, y no les voy a mentir, me estaba muriendo de miedo, llegó una vampiro más grande. - ¡Cielos! ¡Debiste asustarte mucho! -dijo Selene. Jerónimo asintió con la cabeza. -Pero déjenme terminar. Lo que pasó después fue aún más horrible. La madre lo cargó y se sentó en un sillón. Después, sacó de entre su blusa uno de sus senos y se lo dio al pequeño para que lo mordiera. Y él comenzó a beber. -¿Y la madre, no parecía que le doliera? -preguntó Alexa. -Al contrario, era como si le gustara porque comenzó a cantar una canción muy extraña. -¿Y después? -preguntó Selene. -Luego de un rato, se lo quitó. Le limpió con un pañuelo un poco de la sangre que le había quedado al más chico en la boca, una sangre muy rara, de color blanco, y lo acostó otra vez en su cama. A mí me dio tanto miedo que me eché a correr cuando estuve seguro que no me veía. Ya había salido la luna para entonces y ellos desaparecieron. -¿Y se lo contaste a alguien? ¿Fue hace mucho tiempo? Jerónimo aguardó un momento antes de responder. -Hace como cinco años. Se lo conté a mi papá, pero sólo le dio risa. Me dijo que seguramente había tenido una pesadilla. -¿Los has vuelto a ver? Jerónimo negó con la cabeza. -Oigan ... alguien viene. Han de ser nuestros papás. [Vamos a escondemos o nos obligarán a dormir! Los niños se levantaron y se sumergieron en la oscuridad. La puerta del ático se abrió. Dos figuras entraron y una de ellas encendió la luz.
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-¿Ya ves mi amor? -le dijo la madre al hijo que se aferraba a su mano- Aquí no hay nadie. Los vampiros no existen. Ahora, es hora de acostarse o si no, Santa Claus no te va a traer nada.
CICATRIZ DE UNICORNIO
DE DORMIR, lo último que hacía Jacobo era quitarse los anteojos y en cuanto despertaba, se los ponía. Aquel jueves, al estirar su mano derecha para tomar los lentes del buró, lo único que palpó fue la cola de una serpiente. Aún con su miopía, pudo distinguir al animal y lo arrojó a un costado de la cama. Comenzó a sentir movimiento alrededor de sus piernas y en consecuencia, se despojó de las cobijas. La cama estaba llena de serpientes. Una hora después, cuando por fin pudo deshacerse de todos los reptiles, se bañó y se puso su mejor traje. Mientras terminaba de vestirse, notó que su imagen en el espejo no era una reproducción fiel de sí mismo. En un instante, distinguió el rostro de Robert Smith, el cantante de "The Cure", anudándose la corbata delante de él. En la habitación comenzó a escucharse Friday I'm Love, ejecutada por violines y trompetas. El espejo se volvió de agua y comenzó a escurrirse hasta que formó un gran charco en la alfombra. Jacobo decidió que debería usar la colonia sa para la cita que tenía, así que se dirigió al clóset. Al abrirlo, descubrió a una mujer que aunque no la reconocía, definitivamente le era familiar. _
ANTES
-jTu mamá se va a morir! -gritó aquella mujer y después se ahogó en un sollozo. Con total indiferencia, Jacobo alcanzó el frasco de la colonia y se roció generosamente el rostro, el cuello y las axilas. Después, cerró la puerta del clóset, dejando a la gritona en el interior. 38
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Tomó sus llaves, se echó un alacrán rubio al bolsillo y salió del departamento. Cuando llegó al café "Los Hunos", no recordaba si había venido en su automóvil, a pie o en un taxi. Es más, no quedó en su cabeza ningún atisbo de lo que fue el trayecto. Fue como si después de un parpadeo, la puerta del "Los Hunos" hubiera aparecido frente a él. Como continuamente le sucedía, no le dio al hecho mayor importancia. Se dirigió a la barra y pidió un expreso. Le puso dos cucharadas de azúcar y desdobló el periódico que traía en la mano (quizá lo compró de camino, quién sabe) para matar el tiempo mientras llegaba Valeria. En los encabezados no había nada que Jacobo no hubiese leído en las ediciones de otros días: que Maradona bebió ron con el primo hermano de Vladimir Putin durante una visita que ambos hicieron a La Habana, que una lluvia de cucarachas cafés destruyó la capital del estado de Yucatán, que la madre de Jacobo, efectivamente, había muerto de cisticercosis en un hospital de Saturno ... -Y como te iba diciendo, ese imbécil no me quiso llevar a la ópera, aun cuando me estuve acostando con él durante toda una semana ... VaIeria se veía hermosa. Radiante, en verdad. Tenía los pómulos afilados y una simpática y diminuta cicatriz de viruela en medio de la frente. Cuando sonreía, la cicatriz se volvía más pronunciada. A Jacobo le parecía que un unicornio blanco al que le hubieran arrancado el cuerno se vería así. Él la miraba hablar y al mismo tiempo, reflexionó en que hasta donde recordaba, ella era su novia y no de níngún otro imbécil, pero en fin, esas cosas solían suceder. Quizá ahora Valeria era su hermana, su prima o por qué
no, cabía la posibilidad de que acabara de conocerla en ese mismo momento. -Oye linda, ¿no te conté que estoy teniendo una pesadilla recurrente? Valeria hizo una pausa en su parloteo. Se tomó el tiempo de dar un sorbo a su café con licor y se relamió el labio superior con la lengua. . Bueno, por lo menos no le tocó jugar el papel de "desconocida", reaccionó favorablemente alllamarla "linda". Tal vez sólo habían sido novios en el pasado, aunque en este instante ya no lo fueran. -¿y de qué se trata? Jacobo miró a la ventana. Un avión perdía el control y se estrellaba a algunas cuadras de ahí. La columna de humo comenzó a subir hasta el cielo. -Es curioso, pero me sucede en los días más agitados. Valeria le puso una mano sobre la suya. -Cuéntame. Sabes que aún soy tu amiga -le dijo, con la voz más dulce que le fue posible. [Mierda l Cómo era molesto escuchar esa palabra. Aunque cabía la posibilidad que al momento siguiente nuevamente fueran pareja o que Jacobo fuese homosexual y nunca se hubiera enamorado de ella, en este momento le asqueaba la idea de ser su "amigo". -Hace una semana, por ejemplo, me lancé en paracaídas y una de las cuerdas falló. Estuve a punto de mjtarme sino es por un ángel que se tomó la molestia de dep7arme en la tierra -dijo él- y que la tierra se convirtió en una alfombra de almohadas árabes. Valeria ladeó la cabeza, como un cachorrito. excitaba a Jacobo que lo hiciera. -Ese día soñé mi pesadilla.
Como le
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-.
Jacobo sacó rápidamente una pistola de su axila y le vació tres tiros al tipo que acababa de cruzar la puerta de "Los Hunos". Valeria, entretanto, se levantó para ir al baño. Caminó por un pasillo oscuro al final del cual se veía una luz intensa.
-Para no hacerte el cuento largo, lo he soñado después de explorar una casa encantada, cuando me han propinado salvajes golpizas en las cárceles de la GESTAPO o... Valeria lo tomó del mentón. -¿Pero qué carajos es lo que sueñas?
El rostro de su jefe era como un jitomate que hervía. Un sol con corbata. - ¡Quiero el resumen de nóminas mañana temprano! [Es tu pedo si te quedas horas extras! [Ni en sueños pienses que te las voy a pagar! El portazo que dio el jefe tras encerrarse en su cubículo fue seguido de un silencio apabullante dentro del despacho contable. De pronto, Valeria se levantó de su escritorio y caminó hasta Jacobo. -¿Qué onda tú, no has dormido bien? Jacobo apenas la miró de reojo. -Sí... no ... esteee ... no sé.
-Me sueño a mí mismo, haciendo absolutamente nada durante horas. ¿Pero sabes qué es lo realmente horrible? La mesa desapareció, en su lugar había un tigre de bengala disecado. -¿Qué? -preguntó Valeria.
La mujer regresó a su lugar, visiblemente decepcionada. Después fue Marco quien se acercó a Jacobo, que ya había comenzado a elaborar el encargo del jefe. -Te pasas de cabrón con Valeria, si la pobre se muere por ti.
Al regresar, la mujer le plantó un beso en la boca. Su saliva sabía al licor del café. Por lo menos, eran novios otra vez.
-Temo que pueda volverse realidad. Todos los clientes del café "Los Hunos", inexplicablemente, estornudaron al unísono. La voz del jefe restalló en la oficina como el bramido de un búfalo. Jacobo se revolvió en su escritorio. Tenía los lentes desacomodados y el cabello revuelto. -¡Putísima madre, Jacobo Ruelas! El jefe se llevó ambas manos a la frente. -¡Otra vez de huevón en la oficina! Jacobo se fue poniendo pálido, hasta igualar el tono de los cientos de papeles que se apilaban en su escritorio. +Só-sólo estaba descansando los o-ojos ... -dijo, con denotada sumisión.
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Jacobo alzó la mirada. Valeria estaba entretenida con el monitor de su computadora. Con las manos abria un paquete de galletas. -Pinche gorda fea, yo qué carajos voy a querer con ella. Marco esbozó una sonrisa y le dio una palmada en la espalda. -Bueno güey, vamos a darle, que si no no acabas. Casi a punto de darse la vuelta, se !,gresó para preguntar algo más. Lo hizo en voz sumame te baja. -¿Tienes alguna bronca? ¡Traes una: ojeras que te cagasl Jacobo dejó la pluma sobre el escritorio y se levantó los lentes para restregarse los párpados. -Estoy bien jodido. No he dormido nada en tres días. -¿Yeso? ¿A quién le debes?
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-A nadie. Sencillamente no soy capaz de dormir. Me quedo horas como pendejo, en la cama, pero no puedo conciliar el sueño. Marco se dirigió a su escritorio. -Pues come lechuga o échate un té de valeriana. Aunque pensándolo bien, igual y esta noche te conviene no dormir ... [Tienes un putero de chamba! Cuando llegó a su propio escritorio, Marco pensó para sí: "el güey que tiene los sueños más locos de aquí no puede dormir. Me cae que sí tiene broncas". Jacobo se quedó trabajando hasta muy tarde, y mientras lo hacía, recordó lo que significaba soñar con serpientes, accidentes de avión, una Valeria sexy y la muerte de su madre. Ya no más. Valeria le pasó una mano por la frente. -Amor, te va hacer mal. Por el amor de dios, tienes que dormir. Llevas tres días así. Jacobo, tumbado en una silla, trataba de enfocar a su. novia con un par de ojos enrojecidos que ya sólo veían formas borrosas. Podía jurar que de la cicatriz de Valeria estaba brotando un haz de luz. -¡No quiero! -gritó. La mujer comenzó a acariciarle el cabello. Un fantasma se paseaba por el cuarto. Se parecía mucho al tío que Jacobo había perdido hace dos años. Un enjambre de abejas pasó zumbando cerca del espectro. -Anda, no seas necio ... [l.as pesadillas no se vuelven realidad. No te vas a pasar la vida detrás de un escritorio! Pero Jacobo pretendía no escucharla y se quedó ahí, con los puños apretados, y la determinación de los sueños que se niegan a ser soñados.
DÍA DE CAMPO EN LA CARRETERA
EL FRENO HASTA el fondo. Las llantas chirriaron estruendosamente. El auto giró tres veces antes de detenerse, levantando una nube de polvo sobre el asfalto. Entonces, el único sonido que escuchó en la carretera fue el de su cora-
METIÓ
zón. Latía como si quisiera escapar de su pecho. Transcurrió un tiempo antes que cayera en la cuenta de lo cerca que estuvo de morir. Siempre era igual, el miedo lo asaltaba demasiado tarde. Miró el reloj: se había detenido a las dos de la madrugada. Intentó encender de nuevo el motor. Las llaves giraron, pero el motor no dio marcha. La máquina estaba muerta. Ni siquiera las luces funcionaban. El hombre aguzó la mirada, pero no fue capaz de distinguir qué era aquel extraño objeto en medio del camino. Se ubicaba sólo a unos veinte metros del carro. Desde su perspectiva, apenas lucía más grande que el símbolo de Ford que adornaba la punta del cofre. Decidió que salir era arriesgado, pero era la única forma de averiguar qué andaba mal con su automóvil. Extrajo su linterna de mano de la guantera. Después tomó el destornillador que guardaba bajo el asiento. En un caso extremo, podía empuñarlo como arma. Salió del coche y comenzó a dar algunos pasos inseguros en la carretera. No veía un carajo y además, el frío le taladraba los huesos. El silencio lo invitaba a tranquilizarse. Después de todo, no había qué temer. Ni siquiera se escuchaba algún indicio de los coyotes en medio de la carretera. Pero se sentía atemo45
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rizado con tanta paz rodeándolo. Blandió el destornillador en las tinieblas, igual a una espada. En lugar de abrir el cofre, avanzó lentamente hacia el objeto. Le apuntó con la lámpara, pero la luz era muy débil para descubrir su naturaleza. No se trataba de una vaca muerta, como había pensado. En realidad, de cerca el objeto parecía más grande que un elefante. La penumbra no le permitía distinguir ningún tipo de protuberancia en su superficie. Semejaba un enorme huevo de color gris, como si fuera de metal. Le pasó una mano temblorosa por encima; estaba muy frío. Detrás de sí, escuchó unos pasos alejándose apresuradamente. Lo recorrió un latigazo de sudor helado desde la nuca hasta media espalda. Instintivamente, giró para dirigir el haz de luz hacia la oscuridad, pero no vio nada excepto el acotamiento del camino. -¿Hay alguien aquí? -murmuró atragantándose con un nudo de saliva. Sus pies lo llevaron a rodear el huevo. Encontró algo, parecía un trapo. Pero al recogerlo, lo iluminó para descubrir que se trataba de una pantaleta con manchas de sangre. Lanzó la prenda a la oscuridad, horrorizado, para regresar despavorido a su auto. El destornillador y la linterna cayeron al piso. A lo lejos, distinguió los gruñidos de un coyote. Propinó un portazo. Giró la llave en el interruptor y ésta se quebró entre sus dedos. Frustrado, comenzó a golpearse la frente contra el volante. Minutos después, con los ojos apretados, intentó respirar profundamente para calmarse. Al conseguirlo, descubrió otra respiración en el interior del viejo Ford.
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Giró la cabeza lentamente y sus ojos se clavaron en una hermosa muchachita completamente desnuda, acurrucada en un extremo del asiento trasero. Debía tener no más de 18 años. Una gargantilla dorada adornaba su blanquísimo cuello. Sus rizos rojos le caían como listones al rostro, brindándole un aire angelical.' La chica devoraba los pastelitos de chocolate que el hombre había comprado en la caseta de cobro. Había manchado el portafolios que éste trajo consigo al salir de casa. Ella lo miró con tranquilidad, sin dejar de masticar. Sus pupilas brillaban en la oscuridad como las de un gato. Al dejar su entrepierna al descubierto, el hombre notó que le sangraba, aunque no daba muestras de dolor. Cuando salió de su asombro, le echó encima su chamarra para intentar cubrirla. Ni siquiera pensó en averiguar su nombre o cómo demonios había llegado a su auto en medio de una carretera solitaria. La muchacha respondió agresivamente; hizo la prenda a un lado y, con una fuerza descomunal, atrajo al hombre hacía sí apretándolo contra el asiento. Peló los dientes como un animal. Estaba tan cerca de su rostro que el hombre pudo sentir su aliento. Repentinamente, la chica comenzó a olfatearle el cuello. El miedo tardó en acudir y no alcanzó a llegar. Su lugar fue tomado por una deliciosa excitación. La chica era muy bella y no dejaba de olfateado. El hombre le pasó una mano por los hombros, percatándose que su piel se sentía como la cáscara de un durazno. La chica dirigió su mano hasta la entrepierna del hombre, por dentro del pantalón. Un quejido se escapó de su boca al sentir que ella comenzaba a masturbarlo. A la desconocida pareció agradarle. Restregó su cuerpo desnudo contra el de él. Aunque trataba de besarla en (
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los labios, la chica lo eludía, buscando morderle el mentón juguetonamente. Los gruñidos de coyote se fueron apagando en la carretera. Cuando logró besarla, la saliva de la chica le supo al chocolate de los pastelillos. Ella fue bastante torpe, como si nunca hubiera sido besada. Su lengua escarbaba en la boca de su compañero como un gusano. En contraste, demostró ser una experta para hacer el amor. El hombre buscó quitarse la ropa, preso del paroxismo. La sangre de la chica no lo detuvo. Ella se colocó en cuatro patas sobre el asiento, ofreciéndole las nalgas. El viejo Ford era lo bastante amplio. Minutos después, ambos retozaban en el asiento. Los dedos del hombre pulsaban los pezones de la chica como si fueran las teclas de una máquina, antigua costumbre de cama. Se sentía agotado hasta para preguntarle su nombre. Repentinamente ella se enderezó. Un gesto de pánico se apoderó de su rostro. Comenzó a patear la portezuela del auto. Sus piernas eran muy fuertes, pues al tercer golpe ésta se desprendió. Al salir, aulló dolorosamente. Un zumbido inundaba la carretera. El hombre tuvo que salir por el mismo lugar para averiguar qué sucedía, puesto que los cristales se habían empañado. En su torpeza, tiró el portafolios fuera del auto y éste se abrió, desparramando cuartillas sobre el asfalto. El hombre desnudo tuvo que abrazarse debido al frío. No dio crédito: el objeto parecido a un huevo metálico flotaba suspendido un metro por encima del asfalto. Miró alrededor en busca de la chica. El collar que adornaba su cuello resplandecía yeso parecía molestarle, y la única forma de mitigar el dolor era acercándose al objeto. Ella volteó a verlo. Sus ojos palpitaban, suplicantes. Como al principio, no necesitó hablar para hacerse enten-
der. La contempló excitado: el cabello rojo era como una hoguera sobre su cabeza; los pechos, dos conos endurecidos, y su espalda, una alfombra que invitaba a descansar la cabeza. El hombre dirigió un vistazo al Ford. El portafolios abierto en el suelo le dio asco. Nada le ataba a este mundo. El objeto emitía el zumbido con más intensidad. Una vez por semana viajaba de Zitácuaro al Distrito Federal para entregar sus relatos al editor de una revista erótica mediocre y recoger su cheque. Nunca era suficiente; el jefe hacía de la burla su deporte favorito. En aquel momento, al escritor le ofrecían dejar su mediocre vida a cambio de una aventura: visitar un planeta hipotético poblado de muchachas desnudas. -Ese collar debe ser un artefacto de comunicación. Alguien le está avisando que debe retirarse -reflexionó. La chica penetró de un salto en el objeto. Él la siguió. Imaginó que ella se sentaría en una mesa de controles, dispuesta a preparar el despegue. Lo que vio, hizo que el hombre se orinara de pie. Fue la primera vez que el miedo lo invadió inmediatamente. La chica se arrastraba a los pies de una cosa horripilante provista de extremidades como tentáculos. En uno de esos brazos -que al hombre le recordaron a una serpiente- la cosa sostenía la pantaleta ensangrentada. Con otro apéndice, sujetaba el cabello rojo de la mujer. La criatura expelía unos ruidos que él reconoció inmediatamente como el gruñido de los falsos coyotes. Otro monstruo, pero de menor tamaño, alzó al hombre por las axilas con dos de sus tentáculos y lo atrajo hacia sí, en algo que él distinguió como un abrazo. Descubrió que las criaturas tenían un ojo en medio del tronco. A pesar
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de su aspecto terrorífico, con ternura.
la más pequeña parecía mirarlo
El monstruo menor se dirigió a un tercero, que por su dimensión aparentaba ser el de mayor autoridad. Estaba ocupado en manipular el objeto con sus grotescos apéndices. El pequeño le acercó al hombre. El grande lo miró con su ojo para volver luego a sus tareas. Esto pareció alegrarle al más chico, quien profirió un sonido agudo y se apresuró a colocar un collar resplandeciente en el cuello del hombre. Después lo acomodó en un rincón, junto a la muchacha, quien hundía la boca en una vasija llena de una sustancia café. El hombre no necesitó acercarse mucho para descubrir que el traste olía a chocolate, como el de sus pastelitos. El hombre se iba a incorporar, pero se arrepintió. El collar no dolía, a menos que intentara desplazarse a otro sitio. Al tiempo que el objeto comenzaba a zumbar aún con más fuerza, él no hizo sino pensar en una historia que le habría gustado a su editor: una familia extraterrestre disfruta un día de campo en la Tierra y encuentra pareja para su mascota, que está en celo.
MUERTE BLANCA
había sucedido. Lo sospechó cuatro días antes mientras cabalgaba hasta este lugar, cuando la sed y el hambre estuvieron a punto de matarlo, y no le cupo ni la menor duda de que algo andaba mal al contemplar el terror en los ojos del enano más viejo. -¿Quién fue? -preguntó Felipe. Apretó los puños, provocando que rechinara la malla metálica de sus guantes. -N-no sé a qué te refieres -contestó el líder- llevamos varios días esperándote. El enano miró fijamente los ojos de Felipe, que estaban inyectados de rabia. El sudor perlaba la frente del príncipe y el peto de su armadura subía y bajaba al compás de la agitada respiración. El hombre se dio la vuelta y la capa desgarrada simuló una flor de sangre que descubría sus pétalos rotos. Felipe tomó al enano por el cuello y lo alzó. Después, con la criatura sujeta con la mano derecha, avanzó hasta que vio un árbol y lo estrelló de espaldas contra la corteza. Le acercó tanto el rostro que el aliento caliente del príncipe parecía quemarle las pestañas, igual que si se tratara SUPO
QUE ALGO
del hocico de un dragón. -¿Quién fue? -preguntó
otra vez el hombre, a punto
de perder la razón. El resto de los enanos corrió detrás de Felipe y lo jalaron de la pierna, suplicándole que dejara al líder en paz. Sólo había cinco de aquellos hombrecitos alrededor del hijo del Rey, como si se tratara de niños que le pedían 50 51
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golosinas. Felipe volteó a sus espaldas. Ahí quedó el otro, cruzado de brazos. -¡Hijo de perra! -grító. "<,
Felipe soltó al enano más viejo, que cayó al suelo como un fardo y comenzó a toser. El príncipe se arrojó contra la única de aquellas criaturas que no suplicó clemencia para el más viejo. Como si se tratara de un muñeco, lo tiró al piso y se colocó encima de él. Lo golpeó con el puño cerrado y le rompió la nariz. -¿Por qué lo hiciste? -Ie preguntó a aquella cosa diminuta y horripilante que permanecía jadeando en la hierba. El enano no contestó. Lo miraba con su acostumbrado malhumor, los ojos tétricos coronados por un par de cejas peludas que siempre se inclinaban hacia abajo. La barba larga y gris salpicada de sangre era acariciada por el viento. -Fue muy dulce ... Casi pude escucharla gemir. Felipe enloqueció. Los celos hicieron arder sus calderas interiores y echaron andar una máquina de muerte. Golpeó al enano hasta que los rasgos de la cara se diluyeron en el olvido. Después sacó su daga del cinturón y se la clavó a su oponente hasta que no le quedaron fuerzas para seguir acuchillándole el estómago. Entonces el príncipe se derrumbó a llorar.
dables. Lo último que tuvo puesto cuando mordió aquella fruta envenenada. Por este cuerpo y esta doncella el príncipe se había jugado la existencia, probó vino directamente de la copa del demonio. Cuando asesinó a la bruja que la hechizó, sólo pensaba en el consuelo que significaría reconocer el amor en los labios de su amada. Felipe se inclinó sobre la joven y lentamente acercó su rostro al suyo. Cuando los labios se tocaron, el príncipe percibió el golpe de una energía brutal que lo lanzó de espaldas. Los seis enanos miraron con horror cómo el príncipe se calcinaba vivo en medio de estertores de dolor. Cuando de Felipe no quedaron más que cenizas, ella se puso de pie y salió de la casa. Caminó hasta donde se encontraba el cuerpo irreconocible del enano asesinado. La princesa lo levantó con cuidado y lo abrazó entre sus senos, igual que un bebé, para arrullarlo. Después cerró los ojos y pensó en sus sueños. Besó al pequeño cadáver en la frente y se alejó caminando con el bulto pegado a su corazón.
Los otros seis enanos se acercaron y el más viejo le puso una mano en el hombro. -Ya pasó, Felipe -le dijo en un susurropagó por su crimen.
es hora. Él ya
Lo condujeron al interior de la choza, donde la mujer permanecía inconsciente. Se encontraba tendida en una mesa, el mismo sitio donde los enanos debían comer. Estaba casi desnuda, apenas cubierta por un camisón color hueso que dejaba al descubierto la mitad de unos senos formi52
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ROSARIO, RÓMULO y LA GÁRGOLA
CUANDO RÓMULo estaba a punto de hundir la lengua en medio de las piernas de Rosario, la gárgola soltó una risotada que obligó al muchacho a dar un salto hacia atrás. Él-odiaba esa forma de reír.
Sobre todo cuando la gárgola lo tomaba por sorpresa. y porque nadie más lograba escucharla. Rómulo alzó la mirada y descubrió al monstruo. Su novia había echado la cabeza para atrás, presa de la excitación, y en medio de sus senos, reconoció los ojos incandescentes de la gárgola. -¿Qué onda mi amor? ¿No ves que estoy empapada? ¡Hazlo ya! -le urgió Rosario con la voz perezosa, denostando su abandono al placer. y las carcajadas
del monstruo iban en aumento, surcaban la habitación como pájaros desaforados. La muchacha ni siquiera había alterado la posición que adoptó cuando Rómulo la tumbó sobre la cama del cuarto de hotel. La pareja, sin dejar de besarse, se había arrancado la ropa interior con desesperación. Rosario hundió sus dedos en la cabeza de Rómulo, para invitarlo a que de una vez por todas comenzara a lamerle el sexo. Él miraba hacia arriba, no a los ojos cerrados de Rosario, sino a las pupilas encendidas de la gárgola. Al muchacho comenzaron a sudarle las manos, pero intentó controlarse. Era la primera vez que haría el amor y una gárgola no iba a arruinar el momento, poniéndose a flotar por encima de su novia.
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Las carcajadas, como aves sonoras, se dejaban ir en picada hasta penetrar por su cerebro. Risas lacerantes y ensordecedoras. Rómulo cerró los ojos, sacó de nuevo la lengua ensalivada e hizo o con los rosados labios vaginales de Rosario. Al mismo tiempo, ella dejó escapar un quejido ahogado. -Qué rico, mi amor ... -expresó ella con sensualidad. Su novio intentó saborear la sensación, permitir que la sangre irrigara su miembro con libertad. Ojalá la erección durara más que la última vez que intentaron hacer el amor. Si tan sólo su cuerpo fuera de piedra, Rómulo no tendría que preocuparse porque su potencia se viniera abajo, espantada por la gárgola. y las carcajadas se hicieron más fuertes, resonando en la cabeza de Rómulo como lo haría el aullido de una hiena. No pudo concentrarse. Comenzó a lamer sin sentido. Propinaba lengüetazo s torpes e imprecisos e intentaba pensar en cosas que 10 distrajeran de la risa de la gárgola. Apretó los ojos, sus dedos empezaron a encajarse con más fuerza en los muslos de la muchacha, los cuales sostenía para mantener separadas sus piernas.
Así continuó hasta que en el momento máximo de desesperación, mordió levemente a Rosario. Ella se incorporó de golpe, llevándose la mano al pubis. -¡Me lastimaste, imbécil! La risa de la gárgola cesó. Rómulo salió de su trance. Miró detenidamente los muslos blanquísimos de su novia; tenían moretones en donde él había colocado los dedos. Rosario lo miró ahí, tan apenado, que pese al dolor se inundó de ternura. Se puso de pie con lentitud. -Voy al baño, creo que no me hiciste tanto daño -dijo con una voz más flexible.
Rómulo quiso responderle algo, pero las palabras se agolparon como piedras en su garganta. La risa de la gárgola ya no se escuchaba. Cuando se quedó solo, murmuró: -¿Nunca me vas a dejar en paz, maldita? La gárgola estaba sentada sobre la cama que había abandonado Rosario. Una sonrisa torcida le decoraba el horripilante rostro. Sentada en cuclillas, con las alas desplegadas sobre las sábanas en que estuvo envuelta Rosario y la punta triangular de su lengua asomando por la barbilla, la bestia escrutaba el cuerpo del muchacho. Evidentemente él había crecido mucho. -Tú me trajiste, Rómulo. Ahora te aguantas. Eres mío -su sonrisa se fue diluyendo. Él sabía que la gárgola hablaba con la verdad, por absurdo que fuera el no recordar en qué momento la había traído. -Pero esto no es normal -dijo Rómulo con un susurro, para que Rosario no lo fuera a oír. La gárgola lo observó detenidamente, ahora con la mirada penetrante y juguetona que al muchacho tanto le divertía cuando era niño. -¿En qué momento dejó de ser divertido, Rómulo? -preguntó con melancolía la gárgola y agitó sus manos de afiladas garras grises. Después se rascó la barbilla. Rómulo le dio la espalda y se asomó a la ventana. Sin querer se vio a sí mismo en el reflejo. Tenía un cuerpo medianamente atractivo. Un sendero de vello lo dividía desde el ombligo hasta la altura del esternón. A su edad, la mayoría de sus amigos se habían acostado con un par de mujeres cuando menos. Él, con ninguna. ¿En qué momento?, la pregunta de la gárgola se convirtió en una mariposa de esas que se meten a las habitaciones
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y comienzan a volar desesperadamente una bombilla.
buscando la luz de
Su madre le había contado que un día, cuando Rómulo tenía siete años y sus padres estaban por divorciarse, se levantó sin haber terminado su desayuno y le dijo: "mamá, por favor, no me molestes, tengo que hacer algo muy importante en mi habitación". La madre no le había prestado atención al hecho, bastante ocupada se mantenía riñendo con el papá de Rómulo. Sin embargo, cada vez eran más frecuentes las ocasiones en que su hijo se encerraba en su recámara porque tenía "algo" importante que hacer: Un día, mamá escuchó por detrás de la puerta. Sólo se oían risas. Agudas y lacerantes. Llamó y su hijo no tardó en abrir. De sus ojos brotaban lágrimas, mas estas no eran de tristeza puesto que aún se recuperaba de una agotadora sesión de carcajadas. Rómulo comenzó a hablar solo, con mayor continuidad. Lo hacía con una gárgola, eso decía cuando menos. Una gárgola de 400 años de edad que un día entró por su ventana. Poco después de la separación de su padre, la mamá de Rómulo lo llevó al psicólogo. Pronto cumpliría nueve años. El especialista la tranquilizó. Con una sonrisa le explicó que todos los niños, más aún si son hijos únicos y de padres divorciados, generan amigos imaginarios en algún momento de su vida. Con mucho cariño y la pubertad, la gárgola volvería a habitar únicamente los juegos de video. Mamá no volvió a tocar el tema con Rómulo. Las cosas sucedieron diferentes para el niño. Dejó de hablar sobre la gárgola con sus amigos cuando ellos dejaron de emocionarse con sus relatos y comenzaron a burlarse de su imaginación. Pero a escondidas, no dejó de jugar con la
gárgola, porque era muy divertida. A Rómulo ni siquiera le llamaba la atención relacionarse con otros niños; junto a la gárgola tenía toda la compañía que necesitaba. Durante horas, el monstruo le contaba historias fantásticas. Aunque en el fondo eran trágicas, pues hablaban de la destrucción de su mundo por parte de unos gigantes grises, la forma en que ella narraba las leyendas resultaba atrapante. En cierto modo, ambos se identificaban. La gárgola le dijo que un día tendría que ser adulta y luchar contra los gigantes. Rómulo también tendría que crecer y enfrentarse a los adultos. Rómulo nunca recordó el momento preciso en que inventó a esa bestia, porque si de algo nunca tuvo duda, es que era un amigo imaginario, pero guardaba en su corazón los primeros años a su lado. Sin embargo, un día, hasta el jugar con la gárgola perdió su novedad. Se hizo adolescente, como había dicho el psicólogo. Descubrió que existían las mujeres. ¿Cómo demonios le explicaría a Rosario por qué se distrajo mientras la seducía? La gárgola le leyó el pensamiento. -Hagamos un trato: ¿Por qué no simplemente le hablas de mí? Si te cree y no se burla, te prometo que cuando menos hoy te dejaré en paz para que te acuestes con ella. De lo contrario, la abandonarás e iremos a casa para contarte un cuento. -¡Ya no soy un niño! -gritó Rómulo, desesperado. Volteó hacia la cama. La gárgola ya no estaba. Igual que lo hacía cuando Rómulo era pequeño y escuchaba con delirio aquellas historias, ella se había esfumado. Al mismo tiempo que Rómulo hablaba con la gárgola, dentro del baño Rosario se subió sobre el lavabo con la in-
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tención de examinarse la vulva en el espejo. Suspiró mientras se separaba los labios con los dedos. Rómulo apenas la había rozado con un diente, ni era para tanto y ella lo sabía. Además, Rosario se sentía responsable porque comenzó a moverse con desesperación mientras él la lamía, para no escuchar las desatinadas carcajadas de la gárgola. Se sentó en el excusado aunque no deseaba orinar. "Vaya chingadera", pensó. Justo en el momento en que le darían su primera demostración de sexo oral, la pinche gárgola se tenía que carcajear de la nada. Era inútil intentar orinar sin ganas, así que se puso de pie. Se miró en el espejo. Era bonita y a los ojos de sus amigas podía resultar extraño que aún fuera virgen. Pero es que las oportunidades que había tenido, siempre eran arruinadas por la gárgola. "Y todavía le dije imbécil, pobrecito Rómulo", reflexionó mientras se bajaba del lavabo. Junto a ella estaba la gárgola. Le habló muy quedito, para que Rómulo no la escuchara en el exterior. -Vete, por favor. Es importante ... -No, mi pequeña Rosario ¿quieres escuchar mis historias en este momento? Puede ser la última vez que te las cuente. ~Ella se llevó las manos a los oídos. -En serio. Tienes que dejarme. La gárgola la miró con los ojos negros, inexpresivos. Cuando era niña, a Rosario le gustaban esos ojos iguales a un par de higos. Podía mirarlos durante horas y en ellos se proyectaban escenas de las batallas contra los gigantes grises en donde millones de gárgolas habían muerto. Rosario estaba segura, a sus 17 años, que si tenía semejante amigo imaginario se debía a su papá, que ya no
distinguía entre la realidad y su poesía. Nunca vio a la gárgola pero le creía a su hija sobre su existencia y hasta le ofrecía explicaciones conmovedoras. "Los amigos imaginarios existen, hija, en algún lugar del universo. Tú no los inventas, ellos simplemente te escogen, vienen a ti y te cuentan su historia. Un día te haces adulto y se van". Pero la gárgola no se alejaba de ella, a pesar que a Rosario le había crecido el vello del pubis y se le redondearon los senos. -Por favor -le urgió el monstruo en con susurro- después de hablar contigo me iré a combatir contra los gigantes. Te he dicho que en los últimos años ellos han revirado la guerra y posiblemente acaben con el ejército de gárgolas. Moriré y no te molestaré más. Pero tú difundirás las historias que te he contado desde niña. Hacer el amor era la forma de volverse adulta y terminar con esa fantasía que estaba dominando a Rosario. Pero después de todo, bastante le debía a ese monstruo. Le ayudó a superar la muerte de su madre y la extraña forma de vida de su papá junto a Diego, después de enviudar. -Ya sé -dijo en un tono de voz más alto a la bestia- hagamos algo. Le diré a Rómulo sobre ti y si se porta comprensivo, quizá te pueda ver y hasta quiera escuchar tu última historia sobre los gigantes grises. La gárgola ya no estaba ahí. Al salir del baño, Rosario advirtió que Rómulo no se había puesto los pantalones. La aguardaba tumbado sobre la cama y su pene era un pellejo muerto descansando sobre el muslo derecho. Rórnulo clavó la mirada en los pezones de Rosario. Ya no se erguían, rosados y apetitosos. Fue como si los senos en su conjunto se hubieran achicado. 61
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Ella se acercó, lo besó y se acostó a su lado.
JUGAR CON RATONES MUERTOS
+Linda, si ya no quieres hacerla, lo comprenderé, porque fui un estúpido al morder ... -Rómulo se acobardó, decidió en el último momento que no le diría nada acerca de la gárgola para que Rosario no se burlara de él. Su novia sí quiso decirlo, en verdad estuvo muy cerca. Pero del torbellino de palabras que se revolvían en su garganta, sólo pudo vomitar ocho: -Quizá no sea el lugar adecuado para hacerla. Al momento siguiente, ya no estaban ahí. -Yerath, es hora de partir. \
La gárgola más pequeña permanecía de frente al desfiladero rocoso, con una lágrima gris en la mejilla. -Lo sé -dijo secamente. El otro le puso una garra sobre la cabeza. -Eres tan pequeño, hermano. La guerra será un trago demasiado amargo para ti. El otro se dio la vuelta y le mostró los colmillos a la gárgola más vieja. -Ya no. No más 'mi hermano, el pequeño'. Acabo de deshacerme de las criaturas imaginarias que me acompañaron desde mi niñez y estoy listo para morir a manos de un gigante gris. Soy adulto. ¡
El otro abrió los ojos con denotada sorpresa. -¿En serio? ¿Los amigos que tanto te hacían reír cuando eras una cría? -Sí -repuso Yerath- esos mismos. Los que me acarrearon tus burlas, ahora descansan en la misma tumba que mi imaginación. Ambas gárgolas echaron a volar en medio de dolorosos aullidos rumbo a la hoguera inexorable que prometía ser la batalla. Se perdieron en el ocaso como dos cometas peludas.
A CLEMENTINA LEGUSTABA jugar
con ratones muertos, porque en su casa había muchos rondando por ahí y decenas de ratoneras en espera de capturarlos. Papá le enseñó a matarlos y jugar con ellos antes de partir. La niña extirpaba los dientes a los roedores y los introducía en un vaso con alcohol. Después de tres días, los secaba al sol para confeccionarse un collar. Otras veces, simplemente colgaba a los ratones muertos por la cola, como adornos en su casa de muñecas. Cuando los animales se llenaban de moscas, Clementina sabía que el juego había terminado, echaba los ratones a la basura e iba en busca de nuevos juguetes. Una tarde, la niña capturó uno especial. El ratón tenía el pelaje tan suave, que se le figuró un algodón de azúcar gris. Aunque lo quiso moler a escobazos, porque la ratonera lo había atrapado por la cola, cuando lo levantó del piso el animal seguía con vida. Entonces Clementina lo envolvió en una mantita y lo colocó dentro de su caja musical descompuesta. Puso una hogaza de pan a un costado y se fue a dormir. Al despertar, Clementina se levantó muy hambrienta. Hab)a soñado con caramelos, pero sabía que mamá no la dejaba destapar una paleta sin que antes desayunara correctamente. Huevos, tocino y jugo estarían esperándola en la mesa. Así que bajó a comer, y cuando regresó a su cuarto, estaba decidida a chupetear, hasta cansarse, la paleta de limón que llevaba en el bolsillo. De sólo pensarlo, comenzó a relamerse los labios.
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Pero se acordó de su ratón y abandonó la paleta sobre su cama. Clementina quitó la tapa de la caja musical descompuesta y no encontró al animal. En su lugar había una hermosa muñequita de trapo con las mejillas pintadas de rosa. Tenía un vestido de encajes. La hogaza de pan que había dejado la noche anterior permanecía intacta. La níña sintió repulsión por el juguete. Lo lanzó con todas sus fuerzas contra la puerta del clóset. La muñeca derribó la pirámide de naipes que a Clementina le había tomado dos semanas construir. Clementina se acercó, furiosa, sólo para descubrir que la muñeca ya no existía. En su lugar, una criatura informe, con ojos saltones color ámbar, se sobaba lo que parecía ser su nuca. La niña no se asustó. Definitivamente le parecía más enternecedora aquella cosa, con todo y que babeaba una sustancia verde, a la espantosa muñeca que le recordaba los obsequios del estúpido de Pepe. Quiso tomar a la criatura lo impidió.
con las manos, pero ella se
+No me toques, niña -le ordenó. Clementina frunció el seña. -¿Quién eres? -le preguntó. La criatura se incorporó, apoyándose en dos patas gelatinosas y empezó a recitarle a Clementina un discurso aburridísimo sobre universos paralelos y viajes entre diferentes dimensiones. Al fin, la niña bostezó y le respondió, con indiferencia: un mutante.
-o sea ... eres
Desde esa mañana, el mutante se convirtió en el mejor amigo de Clementina. Solía convertirse en ratonera y así, le ayudaba a capturar sus juguetes favoritos.
Cuando la niña deseaba ver la televisión y no encontraba el control remoto, la criatura se convertía en uno y Clementina cambiaba de canal sin problemas o subia y bajaba el volumen a placer. En otra ocasión, ella no hizo la tarea porque había salido ajugar con la lluvia, el mutante se convirtió en un cuaderno de ejercicios resueltos de matemáticas. Cuando la maestra se lo devolvió, felicitó a Clementina por la exactitud con que había calculado la tarea. No existía cosa alguna en la que el mutante no pudiera transformarse, desde un libro de cuentos, hasta un cerdo que podía correr con ella en el jardín. -¿Puedes convertirte en un pastel de frambuesa? -le preguntó un día Clementina, mientras ambos secaban algunos dientes de ratón al sol. =Podría, pero si me mordieras, sería incapaz de volver a mi forma original y nunca volvería a jugar contigo. A medida que el tiempo transcurría, ambos se encariñaban más entre sí. La criatura le contó que había vivido solo en esa casa, mucho tiempo antes que Clementina y sus papás se mudaran. Como los seres humanos le causaban temor, se conformó con transformarse en un frasco de salsa de barbecue y vivir, inmóvil, dentro de la alacena. La mamá de Clementina nunca cocinaba con salsa barbccue, así que jamás se fijó en ese frasco, que se perdió detrás de otras latas de conservas. Mamá solía utilizar la mayonesa, la mostaza y los pepinillos, pero nunca estiraba la mano hasta el fondo de la alacena, donde el mutante contemplaba el transcurrir de los días. Pero sucedió que un día la madre de Clementina decidió limpiar la alacena, porque había demasiados ratones en casa. Cuando encontró el viejo frasco de salsa baroecue, lo echó en la basura.
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En medio de los desperdicios, el mutante decidió convertirse en ratón y escapar. Sin embargo, al salir de la cocina y explorar el resto de la casa, se encontró con una ratonera y antes de que pudiera convertirse en una mosca, para escapar volando, llegó Clementina con su escoba. -¿Matar a Pepe? ¿Y quién es Pepe? -le preguntó el mutante a su amiga. Como la cosa tenía los ojos saltones, pareciera que la propuesta le hubiera sorprendido, pero en realidad había hablado con tranquilidad. -Pepe es el novio de mamá, un cocinero con quien se ha estado viendo desde que murió mi papá. El mutante escuchó con atención el plan de la chiquilla. Era muy sencillo. Simplemente debía esperar a Pepe un jueves por la noche, afuera de la casa. Todos los jueves iba, sin falta. -Al menso le fascinan los cachorritos. Tiene más de ocho en su casa. Si te conviertes en uno, no resistirá la tentación de llevarte con él. Cuando estén en su casa, transfórmate en un monstruo grande y cómetelo -dijo Clementina. -¿Y porqué lo quieres muerto? -inquirió el mutante. La niña frunció el ceño, como lo hacía siempre que la invadía la rabia. -Porque mamá se quiere casar con él. Ya hasta me obliga a que lo llame "papá". Llegó el jueves y el mutante se convirtió en piedra de jardín. Ahí esperaría a que Pepe saliera de casa de Clementina, era el día en que la mamá de la niña y él veían películas en la sala. Cuando la niña le avisara que Pepe se iba, la criatura se convertiría en un cachorrito. Los adultos permanecían sentados en el sillón, Pepe con el brazo derecho por encima del hombro de mamá. Clementína los observaba desde el pasillo. En su imaginación, pensó
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cómo se vería el novio de mamá con la cabeza dentro de la boca de un monstruo gigantesco. Tal vez el mutante podría colgar el cadáver de Pepe del techo de su casa, igual que los ratones muertos con los que .a ella le gustaba jugar en su casa de muñecas. -¡Clementina! -le gritó la mujer un par de horas después-, ¡Ven a decirle adiós a papá! ¡Ya se va a su casa! La niña bajó las escaleras emocionada. Era la primera vez que no le molestaba despedirse de Pepé, porque imaginaba que sería la última. -Hija, necesitamos hablar contigo -dijo su mamá. Pepe le puso un dedo en los labios a su novia. -No, mejor lo hacemos mañana, durante la cena. Ya me voy -y se agachó para acariciarle una mejilla a la niña- Adiós, CIeme ... -¿Vendrás a cenar mañana ...? -preguntó la niña. Volteó a ver su mamá, que la reprendió silenciosamente Y repitió-, ¿Vendrás a cenar... papá? -No sólo eso. Esta vez yo traeré la cena. Los adultos se despidieron en la puerta, con un beso. Desde la ventana, la niña pudo observar una diminuta cosa peluda se acercaba a los pies del novio de su madre. Él la miraba con ternura y la levantaba. Ambos se alejaron en su auto. Al otro día, Clementina esperó con impaciencia a que Pepe llegara. Mamá se había arreglado con mucho esmero. Al fin, el auto de Pepe se estacionó delante de la casa. -Hola, mi amor -le dijo mamá desde la cocina a su novio, que entró con una bandeja cubierta entre las manos. Clementina no cabía en su asombro. ¿Dónde estaba su amigo, el mutante? ¿Había fallado en su intento por matar a Pepe? ¿O quizás la había engañado y nunca más volvería a la casa?
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Sentados frente a la mesa, Pepe destapó el guisado que había traído y le sirvió una buena porción a la niña. -Clementina para ti.
-dijo mamá- hoy tenemos dos sorpresas
La niña estaba furiosa. Había confiado en el mutante y él la había decepcionado. -¡La primera es que no te imaginas qué es lo que cenaremos hoy! -gritó Pepe. Mamá volteó a ver a su novio, entusiasmada, bató la palabra:
y le arre-
-Pepe nos preparó su receta secreta de carne de perro. Clementina se incorporó de la mesa de un salto y con los ojos bañados en lágrimas, comenzó a manotear. -¡Lo mataste, maldito! [No debías romperlo! -gritaba con su voz chillona de niña. Mamá arrojó su servilleta sobre la mesa y reprendió a su hija: -¡Clementina, cálmate, con una chingada! ¡La carne esta deshebrada, ni siquíera podrías reconocer la forma! -cerró el puño y amenazó a su híja- ¡es lo mismo que comer vaca o pollo! Pepe se acercó a la niña. Le hizo una seña a mamá para que se tranquilizada y le pidió, con toda calma: -Mi amor, déjanos solos un minuto. Yo le explicaré. -¿Estás seguro? -preguntó ella. Pepe afirmó con serenidad y la mujer salió del comedor y se dirigió a la cocina. Clementina gimoteaba en la mesa. Tenía los brazos cruzados.
Clementina volteó a ver a Pepe, extrañada. -¿Cómo sabes de mis ...? -Será mejor que llamemos a tu mamá y te termines todo el plato. Créeme, te va a encantar y en mi casa ha sobrado mucha carne para otros días. Pepe le guiñó un ojo. -Entonces ... -dijo Clementina, mientras su boca poco a poco recuperaba su sonrisa- ¿esto que nos vamos a comer es un perro? Pepe le sonrió: -El peor de todos. Media hora más tarde, los tres cenaban animosamente. -¿Y bien, Cleme, te gustó el guiso que preparó papá? La niña movió la cabeza de arriba abajo. -¡Mucho! -respondió. -Bien -intervino de nuevo la mujer- la segunda sorpresa es que Pepe y yo hemos decidido casamos dentro de un mes. Clementina miró al novio de su mamá. Ambos se besaron en los labios con ternura. -¡Excelente! -gritó la niña. La madre suspiró, satisfecha. -Me da gusto que lo tomes tan bien. Bueno, voy por el postre. Pepe le susurró algo a la niña: -¿Jugamos con ratones muertos después de cenar? Desde la cocina, mamá escuchó sus carcajadas.
-Lo mataste ... lo mataste -repetía. Pepe intentó ponerle una mano en el hombro, pero ella se resistió. -En muchos países comen carne de perro, no tiene nada de malo, escúchame ... es casi lo mismo que haces tú con los ratones. Es raro, pero es parte de ti.
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EL EXCAVADOR Y LA MUJER EN LA LUNA
antes de que ambos nacieran, Agapio, el excavador, había incubado un beso que debía colocar en los labios de Nazú, la mujer de luz. Ninguno de ellos tenía una idea de eso. El beso fue, en un principio, algo muy pequeño, casi imperceptible en medio del mundo. Apenas ocupaba el mismo espacio que la mitad del cuerpo de una mosca en el cuerpo de Agapio, por lo que él no se percató de su existencia. Así, se dedicó a excavar, al fin para aquella tarea se había encomendado su existencia. El hombre era ciego de día, aunque podía ver con bastante claridad cuando estaba oscuro. Por lo general, Agapio tenía el cuerpo cubierto de lodo e incluso sus amigos más cercanos solían confundirlo con una sombra. Él no conocía el sol y hora tras hora excavaba túneles debajo de la tierra. Nunca se preguntó adónde lo llevarían, porque cuando se cansaba de echar paladas de tierra detrás de su espalda adentro de un túnel, Agapio se dormía y al despertar, se sacudía el overol y comenzaba a excavar otra vez. Sólo que, durante el sueño, había regresado al mismo nivel de tierra en que había comenzado, poco menos que la superficie. Podía sentir el calor del sol aunque no lo viera. Aquello le aterraba tanto que, invadido por la apremiante necesidad de sepultarse a sí mismo y encontrar consuelo en el seno del planeta, era capaz de tirar la pala a un lado y sacar la tierra con las manos hasta quebrarse los dedos y las uñas.
MUCHO
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TIEMPO
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Si se sentía cansado, se obligaba a mantenerse despierto pero todo resultaba inútil. Al abrir los ojos descubría que nuevamente había subido un nivel.
Los últimos días para Nazú habían sido extraños. Era como si le estuviese creciendo un hoyo en alguna parte del cuerpo y comenzara a hacerle cosquillas.
Al mismo tiempo, el beso que pertenecía a Nazú continuaba incubando en su pecho, creciendo lentamente. Llegó el día en que el beso comenzó a dolerle. Primero un poco y después más.
***
A medida que excavaba, Agapio se sentía más cansado. Además, el beso en su interior le dolía tanto, pues a esas alturas era una enorme roca que le oprimía el pecho, que no tuvo otro remedio que irse a dormir más temprano. Al despertar, había subido no uno, sino dos niveles de tierra. Aunque, atemorizado, intentó regresar a la cálida seguridad que le brindaba la profundidad, pero un nuevo obstáculo se cruzó entre él y su determinación por escapar. Había comenzado a escuchar un susurro, muy débil e ininteligible, que lo adormecía igual que un hechizo. A parir de ese día, ya casi nunca excavaba. Dormía mucho y al despertar, descubría que había subido más niveles. El susurro se iba haciendo más fuerte y su efecto narcótico también. Un día ya no pudo seguir excavando. Se durmió.
***
Nazú nunca dormía. Nació despierta y durante toda su vida, sólo una vez cerró los ojos por espacio de tres segundos. Lo hizo por curiosidad, pero 15 años después continuaba arrepintiéndose de ello. La oscuridad en que quedó sumida estuvo a punto de hacerla caer de la luna. Además, sintió mucho frío. Para una criatura de luz como ella, renunciar a la luminosidad significaba un suicidio. Su vida en sí era un sueño y cerrar los ojos equivalía a despertar. Aquel parpadeo de tres segundos fue similar a cuando los niños sostienen la respiración debajo del agua, las primeras veces que se sumergen en una alberca. Un día se llevan un buen susto. La mujer de luz solía pasar el tiempo regando la superficie de la luna con el agua en que se convertían sus palabras. Si se mantenía callada, la sequía era inminente. Por eso, inventó la letra de una canción que nunca se terminaba. Infinitamente salían de su garganta toda serie de sonidos hermosos que, al o con el aire, se transformaban en agua que rociaba la superficie de la luna. Así, los pegases podían subir a comer la vegetación invisible que crecía en el satélite y alimentar con leche de luna a sus crías, a quienes de otro modo nunca les saldrían alas y serían simples caballos.
***
La única forma de aminorar aquella cosquilla que ya se había extendido a los brazos, las piernas y la parte interior de la cabeza de Nazú, era cantando más fuerte. No obstante, aquello había provocado una tormenta desastrosa en la luna. Casi todas las plantas se habían ahogado y los pegases ya no subían a pastar, pues lo único
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que había eran flores lunares podridas y charcos anegados de canción. Nazú quería detenerse, pero si lo hacía la comezón se volvía insoportable y entonces, sin pensarlo, abría de nuevo la boca y expulsaba aquellas notas que, al o con el aire, se convertían en agua. Los niveles de líquido comenzaron a derramarse de la luna. ***
Agapio subió muchos niveles. Despertó en la superficie de la luna después de haber dormido un mes entero. No se sentía descansado. Por el contrario, el beso lo estaba matando. Había crecido tanto que prácticamente le invadía el cuerpo entero, estaba a punto de hacerla estallar. Todo a su alrededor era la luz que tanto temía.
La muerte lo invadió con una exquisita sensación de paz mientras el beso que había incubado antes de nacer por fin era depositado en el lugar al que pertenecía. Aún con los párpados cerrados, la luz lo invadió y por primera vez en su vida no tuvo miedo a volar. Nazú, por su parte, se sintió aliviada cuando, con sus labios sellados por los de Agapio, dejó de cantar aquella canción sin final. Ya no sentía comezón, porque toda ella se había convertido en el agujero que le crecía en el cuerpo y éste era rellenado por el beso. Cerró los ojos y dejó de respirar. Cuando dejó de llover, los pegases, que entonces sobrevolaban en círculos igual que una parvada de hermosos buitres blancos, bajaron a beber a un estanque.
Lo único que distinguió fue a Nazú, sentada muy cerca de sí. La mujer no dejaba de cantar y él reconoció el murmullo aquel que lo adormecía y lo obligaba a dormir y no buscar el confort del interior de la tierra. Nazú se rascaba el cuerpo entero con desesperación. Le sangraban las uñas y buena parte del cuerpo desnudo; los senos, los muslos y las mejillas eran tirones sanguinolentos de carne pálida. En medio, crecía un hoyo. La lluvia no cesaba. Aquella canción infinita de Nazú era el peor de los tifones que hubieran caído jamás en la luna. Agapio se puso de pie y comenzó a caminar muy lentamente hasta Nazú, que a su vez se acercaba al hombre del fondo de la tierra. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, se lanzaron el uno en los brazos del otro y se besaron. Agapio cerró los ojos. 74
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LOS DULCES SUEÑOS DE JANET
JANET
SE DURMIÓ
mientras
pensaba
en los bigotes de un
gato azul. y el gato azul se murió al hundir la cabeza en un tazón de leche. Leche desayunaron dulces sueños de Janet.
los duendes que controlaban
los
Por eso cuando la niña despertó, tenía los cabellos revueltos y un dulce sabor a duende en la lengua. Antes de ir a la escuela, se llevó los dedos a la cara y descubrió dos grandes bigotes debajo de su nariz. Eran azules.
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ÍNDICE
El Asesino de Santa Claus Mundo Raro Mariana y el Dragón Triángulo Antes del mediodía Xina y los Cinco Vientos Vampiros Cicatriz de Unicornio Día de campo en la carretera Muerte Blanca Rosario, Rómulo y La Gárgola Jugar con Ratones Muertos El Excavador y La Mujer en la Luna Los dulces sueños de Janet
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25 27 31 35 39 45 51 54 63 71 77